En tu frente hay una pared de la que escurren llantos en vez de un sol, un desierto, qué sé yo.
Tu cabello no es una selva; es un agujero negro que se traga los dedos de Cortázar.
Tus cejas tiñen la luz de color rojo, son el acueducto por donde pasa el agua de tus ojos que no calma mi sed.
Tienes dos ojos que no son como noches, son como la muerte y el delirio de una aguja.
De la nariz ni hablar, así que no hablaré.
Tu boca arde como témpano de hielo.
La noche son tus ojos y quiero que ya deje de mirarme. Me siento violado "por todas sus estrellas" y demás metáforas y sos antipútrida como un jabón.
Fin.
domingo, 30 de enero de 2011
domingo, 23 de enero de 2011
Escupidera.
Mi madre siempre con sus ultimatums.
Tú con tus gorriones rosados.
Yo con mis manchas de tinta sobre el café de las nueve
que no me puedo tomar y que tengo que derramar sobre la cabeza de un canario.
Y el canarito canta con la voz de Curtis, pero sus canciones hablan sobre cabezas. Y sobre paraguas con agujeros que no protegen esas cabezas a las que moja una
lluvia
de
pintura
verde
Que se les mete hasta por las costillas pintándoles de verde las tripas y los huesos.
Estoy harto. Como un vaso de vino congelado en el tiempo. Quiero que explote la cosa, que se me derramen las sonrisas pintadas de antemano, quiero llorar pingüinos por los ojos y sandalias por los tobillos. Estoy loco. Como una coladera que intenta colar una piedra, así sigo todos los días caminando sobre flores y navajas, hacia una puerta que se mira muy a la distancia, no sé si por dentro de mis ojos o por fuera, y no sé si yo soy el espejismo o la puerta.
Y quiero romper todos los cristales de la tierra. Y comerme todas las jaulas de los pájaros o pisotear las peceras y los exhibidores. En especial mi propia jaula.
Y estoy harto
Y estoy loco
Y quiero...
Tú con tus gorriones rosados.
Yo con mis manchas de tinta sobre el café de las nueve
que no me puedo tomar y que tengo que derramar sobre la cabeza de un canario.
Y el canarito canta con la voz de Curtis, pero sus canciones hablan sobre cabezas. Y sobre paraguas con agujeros que no protegen esas cabezas a las que moja una
lluvia
de
pintura
verde
Que se les mete hasta por las costillas pintándoles de verde las tripas y los huesos.
Estoy harto. Como un vaso de vino congelado en el tiempo. Quiero que explote la cosa, que se me derramen las sonrisas pintadas de antemano, quiero llorar pingüinos por los ojos y sandalias por los tobillos. Estoy loco. Como una coladera que intenta colar una piedra, así sigo todos los días caminando sobre flores y navajas, hacia una puerta que se mira muy a la distancia, no sé si por dentro de mis ojos o por fuera, y no sé si yo soy el espejismo o la puerta.
Y quiero romper todos los cristales de la tierra. Y comerme todas las jaulas de los pájaros o pisotear las peceras y los exhibidores. En especial mi propia jaula.
Y estoy harto
Y estoy loco
Y quiero...
viernes, 14 de enero de 2011
Poema sin nombre.
Aquí estoy sentado frente a una ventana con dientes.
La tarde va cayendo como lluvia, y con ella la noche será el sol.
A lo lejos un árbol danza casi al compás de mis respiros
y el reloj da la hora y parte el tiempo como a una naranja, justo a mi derecha.
En mi mano izquierda late un corazón.
Y de la otra mano me brotan copos de nieve violeta que incendian en donde tocan.
sábado, 8 de enero de 2011
La cosa no es que llueva, amor.
La cosa no es que llueva, amor
es tener
un par de paraguas
y poder
sentarnos en la calle a
descoser
la lluvia que ha caído
desde ayer.
es tener
un par de paraguas
y poder
sentarnos en la calle a
descoser
la lluvia que ha caído
desde ayer.
lunes, 3 de enero de 2011
Pequeño cuento para Quiela.
Una lágrima corrió como araña sobre el desierto de tu expresión. Yo traté de cazarla con mi dedo índice, ese que siempre dibujó carreteras de arena sobre la seda de tus mejillas, o sobre tu espalda, comunicando en un mismo impulso el lunar ermitaño que habita en la órbita de tus nalgas con los lunares que forman constelaciones y bailan en tu cuello. Sin embargo la lágrima fue mucho más veloz y se refugió en la comisura izquierda de tus labios, desapareciendo en tu boca. Entonces regresé mi mano al calor de mi bolsillo y me quedé tratando de tender un puente entre tus ojos y los míos, para poder penetrar con mi mirada tu tristeza de fósforo consumido. Pero nada. Tus ojos miraban al suelo, al hoyito en la manga de mi suéter, a la izquierda de mi pierna, a mi hombro o a cualquier parte menos a mis ojos, y yo me sentí perdido, como si tus ojos fueran el astrolabio que orienta el barco de mis exaltaciones hacia el puerto seguro de tus brazos, última extensión de la tierra que lleva tu nombre.
Traté entonces de pronunciar unas palabras, pero no me salió nada, como cuando uno abre la canilla para lavarse y la ausencia del agua lo desconsuela de toda su esperanza. Así estaba yo, ausente de palabras. Y tú cubierta de silencio, ni siquiera te escuchaba respirar. En esos momentos quise arañar a la luna. Arrancarla, fundirla. Asfixiarla entre una maraña de nubes. Y es que quizá a oscuras, completamente a oscuras, el miedo te obligaría a acercarte un poquito, a decirme algo, a tocarme con un suspiro... O quizá yo me animara a tocarte. A pedir perdón o a golpearme en la cara con una piedra, como muestra de arrepentimiento. Entonces, mientras yo fantaseaba con matar a la luna, tus labios se movieron un poco. O quizá no, ahora no estoy completamente seguro de que así haya sido, pero en ese momento me pareció que se movían, de forma casi imperceptible, como un pequeño reflejo muscular. Y yo pensé que me había salvado, que en la tempestad del mar en el que me encontraba había vislumbrado el destello de tu faro salvador, el que por fin me llevaría hacia la tierra que lleva tu nombre: Angelina Beloff.
Pero tu sonrisa nunca apareció. Y si existió en algún momento, si nació, entonces se perdió inmediatamente después, o nació muerta. Entonces me miraste a los ojos por última vez; una mirada velocísima, como un rayo, y yo supe que el relámpago de tu mirada había partido mi barco en dos, y que ya no podría salir jamás del mar que había empezado a tragarme.
Nunca más la tierra de tus brazos. Nunca más el sol de tus besos en mi espalda. Nunca más el faro de tu sonrisa, las semillas de tus palabras floreciendo en mi sonrisa. Nunca más las aves de tus manos volando por mi cuerpo. Nunca más. Nunca.
Después te diste la media vuelta y comenzaste a alejarte para siempre. Pero yo ya sólo te veía las piernas pues había empezado a hundirme. Te alejaste muy pronto. O quizá yo zozobré muy deprisa. Lo último que intenté fue mirar a la luna, pero ya no estaba. Había desaparecido tras una nube, alejada quizá por mis pensamientos, como un karma. Desde entonces vivo en el fondo del mar. Y a veces, cuando creo que vislumbro el destello de un pez linterna al que nunca puedo ver, me acuerdo (y eso tal vez me salva o me destruye) de que quizá estuviste a punto de sonreír.
Traté entonces de pronunciar unas palabras, pero no me salió nada, como cuando uno abre la canilla para lavarse y la ausencia del agua lo desconsuela de toda su esperanza. Así estaba yo, ausente de palabras. Y tú cubierta de silencio, ni siquiera te escuchaba respirar. En esos momentos quise arañar a la luna. Arrancarla, fundirla. Asfixiarla entre una maraña de nubes. Y es que quizá a oscuras, completamente a oscuras, el miedo te obligaría a acercarte un poquito, a decirme algo, a tocarme con un suspiro... O quizá yo me animara a tocarte. A pedir perdón o a golpearme en la cara con una piedra, como muestra de arrepentimiento. Entonces, mientras yo fantaseaba con matar a la luna, tus labios se movieron un poco. O quizá no, ahora no estoy completamente seguro de que así haya sido, pero en ese momento me pareció que se movían, de forma casi imperceptible, como un pequeño reflejo muscular. Y yo pensé que me había salvado, que en la tempestad del mar en el que me encontraba había vislumbrado el destello de tu faro salvador, el que por fin me llevaría hacia la tierra que lleva tu nombre: Angelina Beloff.
Pero tu sonrisa nunca apareció. Y si existió en algún momento, si nació, entonces se perdió inmediatamente después, o nació muerta. Entonces me miraste a los ojos por última vez; una mirada velocísima, como un rayo, y yo supe que el relámpago de tu mirada había partido mi barco en dos, y que ya no podría salir jamás del mar que había empezado a tragarme.
Nunca más la tierra de tus brazos. Nunca más el sol de tus besos en mi espalda. Nunca más el faro de tu sonrisa, las semillas de tus palabras floreciendo en mi sonrisa. Nunca más las aves de tus manos volando por mi cuerpo. Nunca más. Nunca.
Después te diste la media vuelta y comenzaste a alejarte para siempre. Pero yo ya sólo te veía las piernas pues había empezado a hundirme. Te alejaste muy pronto. O quizá yo zozobré muy deprisa. Lo último que intenté fue mirar a la luna, pero ya no estaba. Había desaparecido tras una nube, alejada quizá por mis pensamientos, como un karma. Desde entonces vivo en el fondo del mar. Y a veces, cuando creo que vislumbro el destello de un pez linterna al que nunca puedo ver, me acuerdo (y eso tal vez me salva o me destruye) de que quizá estuviste a punto de sonreír.
domingo, 2 de enero de 2011
Clic, cloc, brrrrp.
Soy como un niño
y luego como un viejo
paso de niño a viejo
y de viejo a niño
como si se hubiera roto algún reloj.
y luego como un viejo
paso de niño a viejo
y de viejo a niño
como si se hubiera roto algún reloj.
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