-El destino se ensaña. Deberíamos amarnos como locos.
-El amor en todo caso no se debería de repartir; se debería de expandir.
lunes, 28 de marzo de 2011
miércoles, 9 de marzo de 2011
Baila la llamita, baila. Se despeina la luna, el viento anda juguetón.
Allá lejos el batallón de árboles, un seno emerge de la tierra, dos
senos, con pezones blancos. Y más lejos (muy lejos) estás tú, seno
de maravillas, del que suelo nutrirme cuando no puedo digerir el día,
porque se me fermenta la tristeza en no sé dónde. Mientras que yo
insisto: el alma es un cigarro enorme, una metáfora de muerte. Me
muero amor, me tristea la solea, me soledade triste la melanconfunde.
Y no puedo estirar nada más mi brazo, o tocarte la pierna o que me
des un beso. Estoy solo, como una paloma loca, como la llave de un
candado muy único y secreto.
Allá lejos el batallón de árboles, un seno emerge de la tierra, dos
senos, con pezones blancos. Y más lejos (muy lejos) estás tú, seno
de maravillas, del que suelo nutrirme cuando no puedo digerir el día,
porque se me fermenta la tristeza en no sé dónde. Mientras que yo
insisto: el alma es un cigarro enorme, una metáfora de muerte. Me
muero amor, me tristea la solea, me soledade triste la melanconfunde.
Y no puedo estirar nada más mi brazo, o tocarte la pierna o que me
des un beso. Estoy solo, como una paloma loca, como la llave de un
candado muy único y secreto.
Ojalá estuvieras tú acá
Ojalá estuvieras conmigo
Wish
you
were
here
domingo, 6 de marzo de 2011
miércoles, 23 de febrero de 2011
Este sentirse harto de tantos ecos del principio. Que me causa neblina cerebral y un hastío de paredes y de letras. Que pesa tanto como cuatro elefantes, acomodados todos sobre mi cuerpo inerte, inherente a la montaña rusa de los sentimientos, a todo este destino de caballo desbocado, de Sísifo, de Atlas pues, de hombre. Me duelen las rodillas, bisagras del orgullo desdoblado.
domingo, 20 de febrero de 2011
Poema
I
Ya se perfila el fénix
muere
cenizas negras
noche impenetrable...
II
Se juntan las cenizas
en un estallido de azafrán
azul rey, púrpura
y pupilas.
Así resucita el fénix
y con su canto
la mañana.
lunes, 14 de febrero de 2011
Exquisito cadáver.
La flor de arena se deshoja a destiempo
como lunas que suben en el agua
El tiempo es de arena y fuego para
dentro de la torre que alberga
locura y soledad ámbar
Hay una lámpara en tus ojos,
la extraño en las noches sin lunas
inundando los poros del barro.
Que te quiero en la punta de la semilla de un limón
y diluye las sombras entre los brazos del desierto
(También te quiero en el espacio entre cada segundo del reloj,
entre cada acorde de la guitarra).
como lunas que suben en el agua
El tiempo es de arena y fuego para
dentro de la torre que alberga
locura y soledad ámbar
Hay una lámpara en tus ojos,
la extraño en las noches sin lunas
inundando los poros del barro.
Que te quiero en la punta de la semilla de un limón
y diluye las sombras entre los brazos del desierto
(También te quiero en el espacio entre cada segundo del reloj,
entre cada acorde de la guitarra).
Escrito en complicidad por Joyce y por mí :)
lunes, 7 de febrero de 2011
Tres dos once
¡No pasará, no pasará
esa tarifa que nos quieren aplicar!
Hoy pintaremos la mañana de voces y de sueños.
El cielo se pintará con las palabras rojas
con las consignas blancas y voces azafranes
con el azul rebelde y los pájaros morados,
que fluyen de la sangre de los que no hemos muerto.
Los sueños teñirán con su rigor dorado,
Las voces tañerán como campanas negras,
Hoy las nubes trabajan llevando nuestro canto
la tormenta de sueños que tejen estos necios,
benditamente necios, hermosos, insurrectos.
Y el fuego de palabras incendia los oídos...
domingo, 30 de enero de 2011
Contrametáfora.
En tu frente hay una pared de la que escurren llantos en vez de un sol, un desierto, qué sé yo.
Tu cabello no es una selva; es un agujero negro que se traga los dedos de Cortázar.
Tus cejas tiñen la luz de color rojo, son el acueducto por donde pasa el agua de tus ojos que no calma mi sed.
Tienes dos ojos que no son como noches, son como la muerte y el delirio de una aguja.
De la nariz ni hablar, así que no hablaré.
Tu boca arde como témpano de hielo.
La noche son tus ojos y quiero que ya deje de mirarme. Me siento violado "por todas sus estrellas" y demás metáforas y sos antipútrida como un jabón.
Fin.
Tu cabello no es una selva; es un agujero negro que se traga los dedos de Cortázar.
Tus cejas tiñen la luz de color rojo, son el acueducto por donde pasa el agua de tus ojos que no calma mi sed.
Tienes dos ojos que no son como noches, son como la muerte y el delirio de una aguja.
De la nariz ni hablar, así que no hablaré.
Tu boca arde como témpano de hielo.
La noche son tus ojos y quiero que ya deje de mirarme. Me siento violado "por todas sus estrellas" y demás metáforas y sos antipútrida como un jabón.
Fin.
domingo, 23 de enero de 2011
Escupidera.
Mi madre siempre con sus ultimatums.
Tú con tus gorriones rosados.
Yo con mis manchas de tinta sobre el café de las nueve
que no me puedo tomar y que tengo que derramar sobre la cabeza de un canario.
Y el canarito canta con la voz de Curtis, pero sus canciones hablan sobre cabezas. Y sobre paraguas con agujeros que no protegen esas cabezas a las que moja una
lluvia
de
pintura
verde
Que se les mete hasta por las costillas pintándoles de verde las tripas y los huesos.
Estoy harto. Como un vaso de vino congelado en el tiempo. Quiero que explote la cosa, que se me derramen las sonrisas pintadas de antemano, quiero llorar pingüinos por los ojos y sandalias por los tobillos. Estoy loco. Como una coladera que intenta colar una piedra, así sigo todos los días caminando sobre flores y navajas, hacia una puerta que se mira muy a la distancia, no sé si por dentro de mis ojos o por fuera, y no sé si yo soy el espejismo o la puerta.
Y quiero romper todos los cristales de la tierra. Y comerme todas las jaulas de los pájaros o pisotear las peceras y los exhibidores. En especial mi propia jaula.
Y estoy harto
Y estoy loco
Y quiero...
Tú con tus gorriones rosados.
Yo con mis manchas de tinta sobre el café de las nueve
que no me puedo tomar y que tengo que derramar sobre la cabeza de un canario.
Y el canarito canta con la voz de Curtis, pero sus canciones hablan sobre cabezas. Y sobre paraguas con agujeros que no protegen esas cabezas a las que moja una
lluvia
de
pintura
verde
Que se les mete hasta por las costillas pintándoles de verde las tripas y los huesos.
Estoy harto. Como un vaso de vino congelado en el tiempo. Quiero que explote la cosa, que se me derramen las sonrisas pintadas de antemano, quiero llorar pingüinos por los ojos y sandalias por los tobillos. Estoy loco. Como una coladera que intenta colar una piedra, así sigo todos los días caminando sobre flores y navajas, hacia una puerta que se mira muy a la distancia, no sé si por dentro de mis ojos o por fuera, y no sé si yo soy el espejismo o la puerta.
Y quiero romper todos los cristales de la tierra. Y comerme todas las jaulas de los pájaros o pisotear las peceras y los exhibidores. En especial mi propia jaula.
Y estoy harto
Y estoy loco
Y quiero...
viernes, 14 de enero de 2011
Poema sin nombre.
Aquí estoy sentado frente a una ventana con dientes.
La tarde va cayendo como lluvia, y con ella la noche será el sol.
A lo lejos un árbol danza casi al compás de mis respiros
y el reloj da la hora y parte el tiempo como a una naranja, justo a mi derecha.
En mi mano izquierda late un corazón.
Y de la otra mano me brotan copos de nieve violeta que incendian en donde tocan.
sábado, 8 de enero de 2011
La cosa no es que llueva, amor.
La cosa no es que llueva, amor
es tener
un par de paraguas
y poder
sentarnos en la calle a
descoser
la lluvia que ha caído
desde ayer.
es tener
un par de paraguas
y poder
sentarnos en la calle a
descoser
la lluvia que ha caído
desde ayer.
lunes, 3 de enero de 2011
Pequeño cuento para Quiela.
Una lágrima corrió como araña sobre el desierto de tu expresión. Yo traté de cazarla con mi dedo índice, ese que siempre dibujó carreteras de arena sobre la seda de tus mejillas, o sobre tu espalda, comunicando en un mismo impulso el lunar ermitaño que habita en la órbita de tus nalgas con los lunares que forman constelaciones y bailan en tu cuello. Sin embargo la lágrima fue mucho más veloz y se refugió en la comisura izquierda de tus labios, desapareciendo en tu boca. Entonces regresé mi mano al calor de mi bolsillo y me quedé tratando de tender un puente entre tus ojos y los míos, para poder penetrar con mi mirada tu tristeza de fósforo consumido. Pero nada. Tus ojos miraban al suelo, al hoyito en la manga de mi suéter, a la izquierda de mi pierna, a mi hombro o a cualquier parte menos a mis ojos, y yo me sentí perdido, como si tus ojos fueran el astrolabio que orienta el barco de mis exaltaciones hacia el puerto seguro de tus brazos, última extensión de la tierra que lleva tu nombre.
Traté entonces de pronunciar unas palabras, pero no me salió nada, como cuando uno abre la canilla para lavarse y la ausencia del agua lo desconsuela de toda su esperanza. Así estaba yo, ausente de palabras. Y tú cubierta de silencio, ni siquiera te escuchaba respirar. En esos momentos quise arañar a la luna. Arrancarla, fundirla. Asfixiarla entre una maraña de nubes. Y es que quizá a oscuras, completamente a oscuras, el miedo te obligaría a acercarte un poquito, a decirme algo, a tocarme con un suspiro... O quizá yo me animara a tocarte. A pedir perdón o a golpearme en la cara con una piedra, como muestra de arrepentimiento. Entonces, mientras yo fantaseaba con matar a la luna, tus labios se movieron un poco. O quizá no, ahora no estoy completamente seguro de que así haya sido, pero en ese momento me pareció que se movían, de forma casi imperceptible, como un pequeño reflejo muscular. Y yo pensé que me había salvado, que en la tempestad del mar en el que me encontraba había vislumbrado el destello de tu faro salvador, el que por fin me llevaría hacia la tierra que lleva tu nombre: Angelina Beloff.
Pero tu sonrisa nunca apareció. Y si existió en algún momento, si nació, entonces se perdió inmediatamente después, o nació muerta. Entonces me miraste a los ojos por última vez; una mirada velocísima, como un rayo, y yo supe que el relámpago de tu mirada había partido mi barco en dos, y que ya no podría salir jamás del mar que había empezado a tragarme.
Nunca más la tierra de tus brazos. Nunca más el sol de tus besos en mi espalda. Nunca más el faro de tu sonrisa, las semillas de tus palabras floreciendo en mi sonrisa. Nunca más las aves de tus manos volando por mi cuerpo. Nunca más. Nunca.
Después te diste la media vuelta y comenzaste a alejarte para siempre. Pero yo ya sólo te veía las piernas pues había empezado a hundirme. Te alejaste muy pronto. O quizá yo zozobré muy deprisa. Lo último que intenté fue mirar a la luna, pero ya no estaba. Había desaparecido tras una nube, alejada quizá por mis pensamientos, como un karma. Desde entonces vivo en el fondo del mar. Y a veces, cuando creo que vislumbro el destello de un pez linterna al que nunca puedo ver, me acuerdo (y eso tal vez me salva o me destruye) de que quizá estuviste a punto de sonreír.
Traté entonces de pronunciar unas palabras, pero no me salió nada, como cuando uno abre la canilla para lavarse y la ausencia del agua lo desconsuela de toda su esperanza. Así estaba yo, ausente de palabras. Y tú cubierta de silencio, ni siquiera te escuchaba respirar. En esos momentos quise arañar a la luna. Arrancarla, fundirla. Asfixiarla entre una maraña de nubes. Y es que quizá a oscuras, completamente a oscuras, el miedo te obligaría a acercarte un poquito, a decirme algo, a tocarme con un suspiro... O quizá yo me animara a tocarte. A pedir perdón o a golpearme en la cara con una piedra, como muestra de arrepentimiento. Entonces, mientras yo fantaseaba con matar a la luna, tus labios se movieron un poco. O quizá no, ahora no estoy completamente seguro de que así haya sido, pero en ese momento me pareció que se movían, de forma casi imperceptible, como un pequeño reflejo muscular. Y yo pensé que me había salvado, que en la tempestad del mar en el que me encontraba había vislumbrado el destello de tu faro salvador, el que por fin me llevaría hacia la tierra que lleva tu nombre: Angelina Beloff.
Pero tu sonrisa nunca apareció. Y si existió en algún momento, si nació, entonces se perdió inmediatamente después, o nació muerta. Entonces me miraste a los ojos por última vez; una mirada velocísima, como un rayo, y yo supe que el relámpago de tu mirada había partido mi barco en dos, y que ya no podría salir jamás del mar que había empezado a tragarme.
Nunca más la tierra de tus brazos. Nunca más el sol de tus besos en mi espalda. Nunca más el faro de tu sonrisa, las semillas de tus palabras floreciendo en mi sonrisa. Nunca más las aves de tus manos volando por mi cuerpo. Nunca más. Nunca.
Después te diste la media vuelta y comenzaste a alejarte para siempre. Pero yo ya sólo te veía las piernas pues había empezado a hundirme. Te alejaste muy pronto. O quizá yo zozobré muy deprisa. Lo último que intenté fue mirar a la luna, pero ya no estaba. Había desaparecido tras una nube, alejada quizá por mis pensamientos, como un karma. Desde entonces vivo en el fondo del mar. Y a veces, cuando creo que vislumbro el destello de un pez linterna al que nunca puedo ver, me acuerdo (y eso tal vez me salva o me destruye) de que quizá estuviste a punto de sonreír.
domingo, 2 de enero de 2011
Clic, cloc, brrrrp.
Soy como un niño
y luego como un viejo
paso de niño a viejo
y de viejo a niño
como si se hubiera roto algún reloj.
y luego como un viejo
paso de niño a viejo
y de viejo a niño
como si se hubiera roto algún reloj.
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